Por. Cipriano Flores
Es indudable que aquella persona que abrace el poder de la política, siendo gobernante, no puede estar, en un momento determinado, empapado de sangre de sus gobernados y lleno de controversias por su mala gestión. Nos habla que el ejercicio de su gobierno ha sido errático, sin principios y valores, no ha hecho lo correcto, ni tampoco lo ha hecho correctamente. Incluso ha hecho posible la radicalización de una parte de la población, la esperanza se ha desvanecido en los rostros de sus ciudadanos.
Que en voz baja los ciudadanos reclaman las libertades más elementales que el gobierno les ha restringido. Que el miedo asoma en sus rostros por la presencia de los órganos de seguridad del Estado, que esta ha servido para los intereses y reforzamiento del poder propio del gobernante, muy cercano a los oligarcas de la economía y de las prácticas de la corrupción.
Como engaño, el latido patriótico de la economía, parecía guiar las decisiones del gobernante, en realidad, el monopolio del poder aseguraba el uso faccioso de la economía y para fines particulares. Esto ya era darle la espalda a los principios fundamentales de un ejercicio económico eficiente del poder público. Asimismo, los acuerdos mafiosos con los otros líderes de sectores sociales, han aminorado los dineros públicos y se han convertido en medio de relaciones políticas.
Convertirse en una patraña del ejercicio del gobierno no es saludable para la ética de lo público. Los ciudadanos ya no creen en nada, ni en las elecciones, ni en los congresistas, mucho menos en el primer mandatario. Pero por temor salen al escenario político con buena cara y procuran celebrar todo, dándole un sentido de genialidad. Lo que no se debe permitir es que el sustento, el muro, los cimientos del régimen sean las fuerzas represivas del Estado, que la alianza con el gobernante sea inconfesable para la ciudadanía.
Cuando los gobernantes se guían por la política del poder, en circunstancias dramáticas de la gestión pública, asumen las responsabilidades correspondientes, poniéndose manos a la obra para corregir todos los desperfectos del proceso gubernamental.
No les cabrá en la cabeza no legalizar a toda formación de ciudadanos para fines de participación en la política. Lo que si debe hacerse es erradicar toda presencia de fuerzas ilegales del antiguo régimen porque son aferrados para sostener las riendas que los vinculan a sus antiguos ámbitos de poder mafioso, su presencia son espacios de sombras, de verdades a medias, de apariencias que entorpecen al gobierno.
Si en el caso que surgieran rivales, tomar las medidas activas necesarias para confrontarlos, para alterarlos y desactivarlos con eficacia. La fuerza rival suele destacarse en la desinformación, sembrar rumores falsos en los medios de comunicación para desacreditar al gobierno, amedrentar a los políticos institucionales, se presentan con organizaciones pantalla de cierta capacidad organizativa.
Desde luego, el poder por el poder y el poder de la política se contraponen, son divergentes en los medios y en los fines. En el poder por el poder los medios no importan con tal de alcanzar el objetivo, en el segundo caso, en el poder de la política, los medios tienen que ser legítimos, adecuados y pertinentes de acuerdo a los fines. Estos a su vez tienen que corresponder al interés común, en cambio, en el poder por el poder, los fines son personales, que regularmente, los envuelven como si fueran de interés común.
Los gobernantes que han trascendido en la historia humana, amantes del poder de la política, siempre privilegiaron el interés de la patria, de la nación o del pueblo, puede suceder que algunos hayan cometido horrores o errores políticos por su afán del bienestar colectivo, sin embargo, los propios ciudadanos han dejado pasar, de largo, tales acciones.
Por la industrialización forzada de la Revolución Rusa, por ejemplo, conducida por Lenin (1870- 1924), significó el sacrificio de millones de campesinos. La modernización de México, iniciada por Madero (1873-1913), mediante la Revolución, costó más de un millón de mexicanos muertos. ¿Acaso habrá alguien que les reclamen a Lenin o a Madero? Difícilmente los habrá seguramente.
Pero los gobernantes que se han dejado llevar por el poder por el poder, no han sido perdonados por la memoria histórica de los ciudadanos, vale poner como ejemplo a Stalin (1879-1953), o a Santa Anna (1795-1876).
Vale citar también a los gobernantes populistas que asumieron a la jefatura del Estado mediante el poder de la política y que en el transcurso del ejercicio del gobierno cambian al poder por el poder, dejando a sus Estados destruidos o en crisis duraderas.
Por el poder de la política vale iniciar una nueva ERA en nuestro país.