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La navidad en la Sierra Juárez / Cipriano Flores Cruz

“La gente ancestral que viene de las nubes,”es decir, los Bene Wualaxh, también llamados zapotecos por los náhuatls, porque somos de un hablar suave, dulce, aterciopelado, especial para hablar con los dioses y con Dios, en especial con las hermosas mujeres. 

Ese hablar suave, dulce, hablar que enamora, nos distingue a los serranos. Tal vez nuestra lengua se nutre de la sensación de estar y de ser por encima de las nubes. Nubes que envuelven y cual cálido beso acarician las majestuosas montañas. 

El silencio profundo de esas montañas, nos llevan a un viaje interior que es imposible sustraerse, es un encontrase consigo mismo, de aquí deviene de la tranquilidad ancestral de sus comunidades y de su gente. 

En nuestro saber nos reconocemos como un pueblo de suma de miles de años, somos cultura ancestral y milenaria, en cuyas venas circula la grandeza del pueblo Olmeca venidos de la inmensidad del Golfo. Los serranos cubrimos el manto de cultura el Valle de Oaxaca cuyas flores máximas fueron la esplendorosa Monte Albán y la imponente Mitla.

Ese estar y vivir en las nubes nos es posible acariciar las estrellas, sentir la caricia del viento y del rocío de la lluvia, estar atentos a los cantos de los bosques y ríos, del acompañamiento de los riachuelos y de las pequeñas cascadas, que al unísono forman bellas melodías que interpretan nuestras gloriosas bandas. 

Este estar y vivir también en la inmensidad y del silencio de las montañas nos es posible tener una profunda voz interior que nos comunica con esa inmensidad de fe y de poderío, de bondad y de misericordia, del bien y del alejamiento del mal. 

Esa voz interior nos hizo hacer síntesis la fe ancestral en nuestros dioses con la nueva fe del Dios cristiano. Nuestra conciencia colectiva la hicimos síntesis de la conciencia particular del cristianismo. No podemos negar la comunidad en aras de la individualidad, perder nuestra memoria lo tenemos prohibido, la memoria colectiva pervive ante la fuerza de la memoria individual. Nuestra fe tiene más de comunitario que de soledad individual, esto nos permite transitar por los senderos del viaje al universo. 

Sin olvidar las poderosas expresiones de nuestros dioses en el inmenso brillo del sol, en la belleza y amorosa luna, en las bondades de la verde naturaleza, en la hermosura del maíz, esperamos el nacimiento del Señor con gran fervor religioso. 

El nacimiento del Señor fue, es y será con nuestros valores, creencias y costumbres de nuestra historia ancestral. Lo comunitario se impone a lo particular, a lo individual. El nacimiento será en un solo hogar que albergará a todo el pueblo. Cual colmena, la voluntad de todos, la cooperación de todos, el trabajo de todos, se manifiesta al unísono,para la alegría de todos. 

Los hermosos cantos con la banda municipal resuenan en la inmensidad de las montañas, por el trabajo colectivo las viandas preparadas elevan sus buenos sabores, nos transportan a un espacio en donde el aprecio por lo nuestro adquiere valor sagrado.

La alegría y felicidad del hogar acordado con la autoridad para la celebración del nacimiento no pueden dejar de sentir que han sido bendecidos por el Señor pero que también le han hecho honor a su pertenencia comunitaria. 

A los sones de la banda, el baile se desborda, la alegría adquiere potencia colectiva, talvez ayudada por un poco del delicioso mezcal, o el sentir el aliento del ser amado, la caricia de sus manos, sentir el ritmo de sus pies a la potencia de los sones, que por ser serranos adquieren otra tono, dicen los viejos que otro sabor. 

El mejor de los regalos es ese embriaguez de lo colectivo que ignora los regalos personales de las otras costumbres que cuestan esfuerzos individuales y de dinero. El olvido de tristezas, de dolores particulares se hace evidente, es noche de paz, de florecimiento interior, de compartencia. 

El encuentro, el reencuentro, entre hermanos, entre comunitarios, entre familias, nos hace concebir a nuestro pueblo como una inmensa morada en donde caben todos para la felicidad de todos. Nadie está triste, nadie está solo, todos bañados por la brisa de la noche de felicidad comunitaria, eleva la creencia del verdadero nacimiento de Dios.

Universo, naturaleza, comunidad, el comunitario y la comunitaria, la historia ancestral y el nacimiento del Dios cristiano nos hacen plantearnos la posibilidad de un futuro, no lejano, de paz, armonía y bienestar, de vida bajo una ética de un actuar siempre, de un servir siempre, de manera óptima, al bien colectivo, al bien común. 

La navidad en las montañas de la Sierra Juárez muestra esa posibilidad, en donde la autonomía individual se realiza en la comunalidad. Que sean todas y todos felices, sin reparo alguno, todo humano se lo merece. 

 

Con información de El Pregón de Oaxaca