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El arquitecto mexicano que triunfa desde Chicago y regresa a México para inaugurar un estadio

La historia del Estadio Alfredo Harp Helú, casa de los Diablos Rojos del México que se confirmará como la sede deportiva más moderna de la capital, también esconde una odisea personal, la de Francisco González Pulido.

La historia del Estadio Alfredo Harp Helú, casa de los Diablos Rojos del México, que este sábado, tras su estreno, se confirmará como la sede deportiva más moderna de la capital, también esconde una odisea personal, la del arquitecto Francisco González Pulido.

Han sido cinco años de construcción de este recinto dedicado al béisbol y ha sido un lustro de transformación para su arquitecto, en el que algo se reconstruyó en su vida profesional.

El viaje

González Pulido contesta su celular con lada de Chicago, la ciudad en la que ha desarrollado su carrera los últimos 20 años, la que le enseñó a competir en uno de los epicentros de la arquitectura global, una ciudad compleja para cualquier proyectista, pero que siempre ofrece más de lo que arrebata.

Graduado de la carrera de Arquitectura por el Tec de Monterrey, González Pulido salió de México después de ganar dos concursos de torres corporativas para empresas trasnacionales.

Una de ellas no se construyó debido a la crisis que golpeó la economía de México a mitad de los 90. La otra sí se realizó, pero al final se decidió que no se tomaría la torre propuesta por González Pulido, sino que se elegiría otro diseño de algún arquitecto con mayor experiencia, es decir, de alguna oficina de renombre.

Decepcionado, Francisco empacó sus sueños, ingresó sus papeles para estudiar una maestría en el extranjero y compró un vuelo de ida. El regreso quedaría pendiente.

“Llegué a estudiar a Cambridge, estuve ahí un año y medio, y fue cuando mi profesor de tesis me habla sobre la oficina de Helmut Jahn, un reconocido arquitecto alemán con el que coincidía por su gusto en el uso de nuevas tecnologías y su integración en la arquitectura y urbanismo”, cuenta González Pulido.

El arquitecto viajó a la ciudad de los vientos, platicó con Helmut Jahn, hubo química profesional y fue aceptado prácticamente como becario. El ascenso fue meteórico.

El ascenso

Cinco años después de ser aceptado en el despacho, González Pulido se convirtió en vicepresidente ejecutivo de la firma, luego de tres años tomaría las riendas de la vicepresidencia de diseño, y en 2009 fue reconocido como el primer socio en la historia de JAHN Architects.

“A diferencia de la gente que trabajaba con él, no sólo me dediqué a diseñar proyectos, sino también a llevar negocios. Tomé con mucha seriedad cada uno de los roles que me encomendaban”, evoca el creativo.

González Pulido aceptó la compra de acciones de la compañía, en un plan que llevaría una transición de 10 a 15 años para que él terminara por ser la cabeza de la firma y el arquitecto alemán pudiese pensar en el retiro.

En los siguientes seis años, con una gran responsabilidad en sus hombros, el mexicano mostró su gran potencial: compitió en concursos alrededor del mundo con todo tipo de escalas y tipologías: aeropuertos en México, complejos urbanos de usos mixtos en Alemania y Suiza, planes maestros para Europa del Este, Rusia, norte de España, y la llegada de nuevos mercados.

“Ante la crisis inmobiliaria que sacudía a Estados Unidos, salí a buscar negocios a lugares que nos recibieron muy bien: Japón, China, Corea, Kuala Lumpur, Vietnam, y luego llegó el Medio Oriente, con proyectos en Dubái, Jordania, Abu Dhabi”, enumera González Pulido.

Mientras la economía estadounidense sufría la recesión más importante en décadas, un arquitecto mexicano daba muestras de sus orígenes y hacía de la crisis la aliada más inesperada.

“A esto le sigue una expansión tremenda del estudio. Pasamos de ser una oficina de 80 personas a una de 150, con una presencia internacional muy importante”, dice el proyectista.

La transformación

“Los últimos seis años que estuve en el despacho fueron de mucha independencia para trabajar y para atraer nuevos proyectos. Le seguía comprando acciones del negocio y los proyectos que encabezaba llevaban no sólo el nombre de la oficina, sino también el mío”, comparte el arquitecto.

Pero, al mismo tiempo, las cosas se enfriaban entre los socios. Cada uno, González Pulido y Jahn, habían armado sus propios equipos de trabajo, había una separación incluso en los proyectos que cada uno tomaba.

En ese tiempo también llegó una invitación desde México. El país buscaba emular la modernidad del primer mundo con el concurso más importante en la historia de la arquitectura nacional: el Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM).

González Pulido y Jahn –que ya habían trabajado en aeropuertos de Bangkok, Colonia y Munich– hicieron equipo con dos oficinas mexicanas para tratar de adjudicarse la obra; el proyecto finalmente le fue otorgado a la fórmula conformada por el británico Norman Foster y el mexicano Fernando Romero.

“A los dos meses del concurso me habla el arquitecto Alonso de Garay, quien también me había contactado para el tema del NAICM, y me cuenta sobre la posibilidad de crear un estadio en México. Me dice que Alfredo Harp Helú había visto nuestra entrada para el NAICM y estaba interesado en que participara en el proyecto del estadio”, detalla.

González Pulido dijo sí, y luego reparó en que tenía experiencia en prácticamente cualquier tipología arquitectónica, pero no en un estadio.

“Tenía mis propias ideas de lo que un estadio de representar o debe ser, pero no podía poner un ejemplo de un estadio que me gustara. El Azteca, por ejemplo, es impactante y con una historia importante, pero no quería un contenedor, sino algo transparente, conectado a la ciudad, que cuando estuvieras ahí te sintieras en un parque”, compara.

 

El regreso

Francisco González Pulido trabajó varios días en una propuesta de estadio, que finalmente fue aceptada y a la que terminaría por agregar al arquitecto Alonso de Garay como socio a partes iguales del proyecto.

Al mismo tiempo, las cosas en el estudio de Chicago hacían reflexionar al arquitecto mexicano.

“En algún momento empecé a replantearme el futuro y qué seguiría para mí, porque si continuaba con el mismo plan (de adquirir el despacho de Helmut Jahn), sería muy difícil transferir ese legado: iba a tomarme 10 años más bajo un nombre que no era el mío y bajo una configuración que no me daba visibilidad, cosa que es indispensable para los arquitectos”, reconoce.

A finales de 2016, González Pulido decide vender sus acciones de regreso a Jahn, sale de la empresa y comienza un nuevo sueño: FGP Atelier.

“Buscaba una arquitectura con un componente social más fuerte, con una escala de proyectos y una tipología diferente. Tenía la percepción que el estudio anterior había creado la percepción de que generaba obras de cierto perfil en donde había pocas oportunidades para proyectos pequeños, y yo quería redondear mi carrera con un portafolio más extenso, más diverso que solo grandes torres”, remarca.

El arquitecto tomó los proyectos que encabezaba para continuarlos en solitario, entre ellos el estadio de béisbol.

A las cuatro semanas de abrir FGP Atelier se hizo de un concurso para una torre de usos mixtos en Guangzhou, China, y sigue con las obras de corporativos importantes en otras localidades asiáticas, como Shenzen y Hong Kong.

 

Asimismo, trabaja en una nueva escala de proyectos, como un par de edificios para el Tec de Monterrey, un salón de belleza del afamado estilista Ted Gibson, en Beverly Hills, y recientemente concluyó un invernadero para el Jardín Botánico de Oaxaca, realizado en colaboración con el artista Luis Zarate, que resultó ganador del premio al proyecto más verde de toda Norteamérica.

Pero es el Estadio Alfredo Harp Helú el que marcará su regreso al país que hace años dejó ir el talento de uno de los arquitectos mexicanos con mayor currículum internacional que se pueda encontrar en la actualidad.

Después de cinco años, este sábado se develará ante la afición el estadio de Alonso de Garay, de Harp Helú, de los Diablos Rojos, de la cubierta más moderna de México, de una nueva era para el béisbol mexicano… el estadio de Francisco González Pulido, un arquitecto que sabe lo que es jugar en las grandes ligas.

 

Con información de Entrepeneur