Cambio de régimen
NÉSTOR YURI SÁNCHEZ
Oficialmente no ha concluido el proceso electoral, sin embargo, a la mayoría nos basta con saber quiénes ganaron y seguir con nuestras vidas cotidianas. Quienes creen o alegan fraude electoral están equivocados y pierden su tiempo. Seguro hubo muchas irregularidades y una cancha dispareja en donde la ganadora contó con todos los recursos del Estado, pero la diferencia de votos es tan alta que creer en el fraude es estar de acuerdo con quienes piensan que la tierra es plana.
Los resultados son claros, la mayoría de los mexicanos pide un cambio no solo de gobierno sino inclusive de régimen, lo cual normalmente sucede después de violentas revoluciones, que no es el caso actual en nuestro país. Dado que la futura presidenta es bastante reservada, el futuro es un enigma: ¿Seguirá la línea de López Obrador, será su marioneta? ¿Cuáles serán sus posturas en el ámbito internacional? ¿De quienes se va a rodear? Por lo pronto los mercados financieros ya reaccionaron ante el enigma que representa la presidenta y la posibilidad de que Morena obtenga la mayoría calificada en el Congreso y pueda modificar la Constitución a su gusto, cumpla con el Plan C de someter a la Suprema Corte de Justicia y elimine los pocos organismos autónomos que aún quedan del anterior régimen. El peso se devaluó en muy poco tiempo y tuvo que salir el gobierno a tranquilizar a los mercados. El dólar resultó en el primer contrapeso de este gobierno y ya se los demostró.
La gente no quiso una transición entre diferentes administraciones en que solo cambia el ejecutivo. No, la gente quiere una transformación más profunda que abarque todo el sistema político, que se hagan cambios radicales en las instituciones del país, las leyes y en la Constitución misma. El problema, y es un grave problema, es que la mayoría de los ganadores de los comicios son los mismos que estaban en el régimen anterior. Todos los candidatos de Morena a las diferentes gubernaturas provenían del PRI y del PAN, y con ellos se deberá realizar el cambio de régimen, lo que resulta en una contradicción kafkiana.
El mandato de las mayorías es claro. No quiere ni al PRI ni al PAN, a menos que se vuelvan satélites de Morena como el PT y el Verde, pero el desamor a esos institutos no es suficiente para explicar la necesidad de darle todo el poder a una sola persona. De aquí en adelante debemos confiar en la sensatez de la nueva líder porque la marcha del país dependerá totalmente de una sola voluntad y humor: los suyos. El autoritarismo estará latente o, de plano, saldrá del closet.
Una vez conocido el resultado, Sheinbaum dio la primera sorpresa al dar un discurso conciliador y un mensaje semiótico a través de su vestimenta. En lugar de usar un conjunto o vestido en color guinda, el color oficial, se vistió de color morado, el color que usan las mujeres para identificar su lucha feminista. Parece nada, pero esos mensajes subliminales suelen ser muy poderosos y más contundentes que un discurso de una hora de duración. Tuvo, además, el tino de haber afirmado que ya había recibido la felicitación y reconocimiento de Xóchilt Gálvez, lo que ofrece también una esperanza de moderación ante el ánimo rijoso del presidente durante todo su sexenio que ha sido marcado por la polarización.
¿Qué camino tomará la presidenta? Me lo pregunto respecto de si seguirá los mismos pasos de la resentida izquierda latinoamericana o se acercará más a la social democracia o, de plano, al modelo de las izquierdas asiáticas que, a diferencia de la nuestra, prefieren la educación de excelencia y el alto desarrollo tecnológico. Comentamos la semana pasada los casos de China, Qatar, Singapur o Vietnam que, mientras en México a partir de 1968 nos la hemos pasado debatiendo filosóficamente hasta del futbol, esos países se han vuelto potencias económicas y militares. No vayamos muy lejos. El primer gobierno de Lula da Silva en Brasil fue un éxito porque supo quitarse de encima agravios y resentimientos y llevó a su país por la senda del progreso.
El voto fue mayoritario, pero muy lejos de la unanimidad. Disminuida, pero existe una oposición que tiene voz y representatividad. La democracia mexicana, y de muchos otros países, se convirtió en un concurso de popularidad más que de capacidad, pero ser popular no significa necesariamente que se tenga la razón o se posea la verdad absoluta.
Vistos los resultados del primer piso de la transformación siento escepticismo ante lo que ofrece el segundo. Una cosa es lo que creen las mayorías y otra cosa es la realidad porque ésta no depende de lo que la mayoría crea o quiera creer. Ahí están los miles de muertos y desaparecidos, la falta de medicinas, López Gatell, la corrupción, la polarización y división entre los mexicanos, la inflación y el nulo crecimiento económico.
A pesar de que las mayorías lo creen, no me sumo en automático a las realidades alternas. Suelo equivocarme, pero prefiero pensar por mí mismo.
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